miércoles, 12 de mayo de 2010

11 de Mayo.

Me gusta viajar. La idea de irte a algún lugar y dejar cosas atrás, con la ilusión o el sentimiento de no volver.
Cada vez que viajo disfruto del viaje en sí, sin importar el destino. Sueño con encontrar en el camino fantasmas que aparezcan entre los árboles, en la ruta. Almas en pena que me saluden al pasar, generando una especie de complicidad entre el espectro y el humano, sin que nadie más sea testigo de esta hazaña. Me gusta la sensación de ir a lugares desconocidos donde ni siquiera se como llegar, una mezcla entre ansiedad, nervios y miedo de perderme (esto último seguramente se debe a que uno ya se siente muy arraigado a algún lugar).
Hace catorce días que estoy yendo a Capital una vez por semana. Sé que no es muy lejos, de hecho mi madre hace ese recorrido todos los días, pero conlleva dos, o a lo sumo, hora y media de miradas hacia el pasto, los lagos artificiales y los rayones del asfalto. Hoy es mi segundo viaje y tomé otro micro por ahorrar $3,50. Espero que valga la pena porque ya me entro el miedo y la culpa de ser tan rata.
Mi vida es muy dramática (me atrevería a decir que roza el melodrama). No puedo evitar vivir todo al extremo, de manera tan intensa. No sé si todas las personas son así (sospecho que no todas), pero estimo que aquellas que son como yo, que me entienden, invierten su drama en otras cosas más productivas. Quizás sufra de sensibilidad crónica, una patología, que por cierto, acabo de inventar. Teniendo en cuenta que reconozco este problema, lo bueno es que me doy cuenta de que sé escuchar, de que me escucho. En realidad no sé si es bueno, tomando la palabra de un modo literal, pero para aquellos que hacen uso y muchas veces abuso de esta cualidad o defecto, tendrá algún efecto favorable (o contraproducente, quien sabe).
Siento como un profundo miedo a perderme. Hoy podría haber viajado tranquila si tomaba el mismo micro que la semana pasada. Ya sabía el recorrido, ya no era extraño para mí, pero no. Busque, sin sentido ni motivo aparente, complicarla. Ni siquiera me gusta el micro. Hay olor feo, mucha gente en el pasillo, estoy terriblemente expuesta recostada en el primer asiento, mirando (inevitablemente) al chofer con sus anteojos “mistral”. Voy a tratar de relajarme.

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